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Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los precios de los cartuchos de caza eran altos en comparación con los sueldos del momento. Por ello, en época de caza, había que recargarlos si se quería salir los domingos en busca de algún conejo, liebre o perdiz para consumo propio o para vender y, de esta manera, costearse, en parte, la munición. Otra de las razones que hacía que se compraran los componentes necesarios para la recarga era porque la oferta en marcas y número de perdigón era muy limitada en las ciudades y más aún en los pueblos pequeños.  

Esos componentes necesarios eran:

                        1.-La vaina. - Antes de cartón, ahora de plástico. En ella se aloja la carga.

                        2.-El pistón. - Situado en un extremo de la vaina y es donde va la materia explosiva.

                        3.-El taco. - Se introduce dentro de la vaina y separa la pólvora de los perdigones.

                        4.-Los perdigones. - Pequeñas bolas de plomo, de diferentes tamaños y peso.

                        5.-La pólvora. - Mezcla inflamable situada entre el pistón y el taco.

            El cartucho, pues, consta de un pistón que es golpeado por el percutor de la escopeta, lo que hace que la pólvora empuje al taco; este, transmite la energía de la pólvora a los perdigones, que salen abriendo los pliegues de la parte superior de la vaina.

            A la hora de recargar un cartucho había dos opciones: usar una vaina nueva o una usada. Las nuevas ya venían empistonadas; sin embargo, las usadas había que desempistonarlas y volver a empistonar.

            Después de esta operación viene la de recalibrar, con un recalibrador.

            Posteriormente, se echaba la pólvora, con una medida exacta. Sobre la pólvora se colocaba una tapilla de cartón y después el taco. Luego se ponía otra tapilla y sobre ella la carga de perdigones. Al final, una última tapilla de cierre en la que se anotaba el número de perdigón.           

            Una vez finalizado el llenado del cartucho había que cerrarlo. Para eso, se utilizaba la rebordeadora, como la que exponemos este mes, que se fijaba al borde de una mesa, para su mejor manejo. El cartucho se colocaba entre dos boquillas enfrentadas. Una era, simplemente, un soporte para el culote; y la otra, en la que se colocaba la boca de la vaina, hacía el cierre al girarla rápido con ayuda de una manivela y plegar los bordes sobre la tapilla de cierre. El aparato, además de la manivela, cuenta con una palanca que se accionaba con la otra mano para empujar el cartucho hacia la boquilla de cierre con el doble fin de que no se saliera de la máquina y, sobre todo, para conseguir que la presión de cierre fuera adecuada, porque si los componentes internos quedaban sueltos, la pólvora no se quemaba bien y los disparos generaban velocidades inferiores e irregulares.

            Esta interesante pieza fue donada por Elisa García López en 1999.