De la noche del 27 a la madrugada del 28 de abril el municipio extremeño de Torre de Don Miguel celebrará uno de los actos festivos más arcaicos que se conservan en Extremadura: “El Capazo”.
Se trata de una festividad en la que los mozos, coincidiendo con la llegada de la Virgen al pueblo, suben a la sierra y cortan un roble de unos cinco metros de altura provisto de horcas. Tras arrastrarlo hasta los pies de la iglesia, donde es pelado de hojas y ramas pequeñas, lo clavan en el suelo y así permanecerá, frente a la puerta principal del templo, durante los días previos a la celebración.
Es el sábado siguiente al Domingo de Resurrección, unas horas antes de la medianoche, el muñidor con su tamboril y su gaita (flauta) acompañado por las capaceras pasea su música por las angostas calles de Torre hasta llegar a la puerta donde espera el Camuñas, oficiante del rito “El Capazo”. Ataviado con pantalón y chambra negros y, sobre los hombros, una piel de macho cabrío anudada a la cintura con un correaje que sujeta un cencerro por delante y cinco por detrás. Sobre su cabeza, un saco de fardo y el rostro manchado de negro.
Son las mujeres con sus cánticos, bailes y vítores al son del tamboril las encargadas de despertarlo, para acompañarlo por las calles del pueblo. El Camuñas, con su baile y el sonar de los cencerros avisa y recoge a los capaceros en las diferentes calles ataviados éstos como los antiguos molineros: sacos abiertos y chalecos de fardo. Durante este recorrido, los bodegueros ofrecerán vino y viandas a la comitiva y visitantes en la Ruta por las Bodegas con los afamados caldos de la Sierra de Gata. Durante este recorrido será El Camuñas el encargado de entregar las capacetas (utilizadas para prensar la aceituna en los molinos y que se encuentran impregnadas de aceite) a los capaceros para ser quemadas posteriormente en la plaza.
Los capaceros, mujeres y niño/as bailan al son del tamboril del muñidor, siguiendo siempre los pasos de El Camuñas que, al saltar, hace sonar los cencerros, extendiendo su llamada hasta el último rincón del pueblo.
Ya es medianoche después de recorrer las calles del pueblo y varias de las bodegas se llega con gran alboroto a la plaza, las mujeres bailan alrededor del roble. El baile un “rito lunar” donde las mujeres “danzan como si fueran la luna para que el sol aparezca”, una vez terminado el baile ya es el momento en el que el Camuñas prende fuego a cada una de las capacetas, y las entrega a los capaceros. Suena el tamboril mientras los capaceros comienzan a lanzar las esteras con intención de dejarlas enganchadas en el árbol. Con al menos algunas de ellas ya prendidas en las horcas del roble, el árbol rompe a arder.
Concluida la misión es El Camuñas quien incita al resto del pueblo, hasta ahora sólo público, a lanzar también sus capacetas al árbol, que arderá ferozmente, iluminando la plaza hasta consumirse entre las llamas. El rito finaliza con el sopetón: pan tostado, empapado en aceite y zumo de naranja y cubierto de azúcar.
De las llamas caídas, los mozos prenden los cirios que llevarán a la iglesia para depositarlos a los pies de la Virgen: a ella le corresponde la misión de iluminar y fertilizar los campos para que la próxima cosecha resulte abundante. Silencio que solo se rompe con la Salve a la Virgen de Bienvenida.