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Nicolás Megía (Fuente de Cantos, 1845-Madrid, 1917) estudió bachillerato en Sevilla y Medicina en Madrid, estudios que abandonó por la pintura. Acudió a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, obteniendo una ayuda de la Diputación de Badajoz en 1872 para proseguir su formación en Roma. Fue amigo de Adelardo López de Ayala y José Casado del Alisal y viajó por Europa, estableciéndose durante cierto tiempo en París. Allí participó en el acontecimiento artístico anual más importante de la Europa de aquellos años, el Salón de París, coincidiendo con algunos pintores del grupo Impresionista, donde presentó “Laboremus”, cuadro que hoy forma parte de las colecciones del Museo Nacional del Prado.

Fue presidente de la Sociedad Nacional de Acuarelistas, se presentó a los certámenes del Círculo de Bellas Artes y a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y consiguió medalla de segunda clase en 1890 por la obra La defensa de Zaragoza o Defensa del convento de Santa Engracia de Zaragoza. Su fama fue creciente, llegando a ser profesor, primero de las hermanas del rey Alfonso XII y luego catedrático de la Escuela Superior de Artes y Oficios.  Falleció en Madrid en 1917, a la edad de setenta y un años.

La obra de Megía se sitúa estilísticamente dentro del Realismo ecléctico, pues ecléctica fue la época que le tocó vivir, tanto en la esfera política como la cultural y artística, y ecléctica fue también su formación. No obstante, su vida y obra se movió en torno al Romanticismo, oscilando desde versiones del naturalismo a otras más convencionales o acercándose en ocasiones hacia términos más realistas.

Cultivó el cuadro de género y de costumbres, el orientalismo, la pintura de historia y alegórica, el retrato y el desnudo, y en menor medida el paisaje y la naturaleza muerta, destacando como excepcional acuarelista. Por todo ello, resulta difícil etiquetar a Nicolás Megía en un solo género artístico.

Su trabajo no está sometido a rupturas estéticas, sino a la confirmación del lenguaje asimilado desde sus inicios académicos, dentro del realismo oficial imperante. Sin embargo, es necesario distinguir la obra de carácter oficial de su otra producción más íntima, donde la creatividad del pintor, en plena libertad, supera la mera calidad técnica del oficio aprendido, tal y como demuestra la presente muestra, En la intimidad.